Uno de los aspectos acerca de lo que fue Augusta Emerita que nuestro senderismo arqueológico nos permite conocer es la cultura de la muerte y el paisaje asociado a ella. En el actual solar de Mérida ha sido posible documentar una amplia variedad tipológica de enterramientos ligados a los rituales de incineración e inhumación. espacios-y-tipos-funerarios-en-augusta-emerita. A nosotros, hoy, nos interesa lo que aconteció entre la fundación de la ciudad y finales del siglo II d. C.
La labor que desde años desarrolla el Consorcio de la Ciudad Monumental de Mérida ha permitido que hoy conozcamos ampliamente la arqueología de la muerte en la etapa alto imperial de la ciudad. Esta labor encuentra su reflejo en publicaciones como la de Juana Márquez Pérez: «Los Columbarios: arquitectura y paisaje funerario en Augusta Emerita«. En esta obra encontramos todo lo necesario para entender la cultura romana sobre un aspecto tan fundamental como la muerte. A ella nos remitiremos en esta entrada muy frecuentemente.
Para entender el reflejo en el paisaje que la cultura de la muerte dejó debemos conocer lo significaba en la sociedad romana y como se enfrentaban a ella a través de los ritos que surgieron en su seno y de los cuales somos herederos. Los romanos creían en otra existencia después de la vida, a lo que se liga la práctica de enterrar a los individuos con los objetos necesarios, procedentes de su vida cotidiana, tanto de la esfera profesional como doméstica. La celebración de los rituales que componen el enterramiento es lo que asegura el descanso eterno al individuo. Los ritos que se celebran en el entierro del difunto se pueden agrupar entre los que se realizan antes del funeral, que se desarrollan en la casa del finado, el funeral propiamente dicho y los ritos que se desarrollan tras el funeral.
Los pasos que siguen inmediatamente al deceso son: se le cierran los ojos por los hijos varones (oculos condere); se llamaba al difunto varias veces por su nombre (conclamatio); comprobada la muerte, se lava y perfuma el cuerpo (unctura); se viste al difunto con la toga y se le coloca en el lecho mortuorio en el atrio de la casa, con los pies hacia la puerta de la entrada. La exposición podía durar entre 3 y 7 dias y su presencia era señalizada en la puerta con ramas de abeto o ciprés. Finalmente se deposita junto al difunto la moneda para pagar el pasaje en la barca de Caronte.

Exposición del difunto en el atrio de su casa rodeado por familiares, amigos y parte del cortejo funebre. (fuente «Los Columbarios: arquitectura y paisaje funerario en Augusta Emerita». Juana Márquez Pérez)
La legislación prohibía el enterramiento en el interior de la ciudad salvo contadas excepciones. Los sitios elegidos solían ser junto a las calzadas y cuanto mas cerca de ellas, mas preeminente era el difunto. La creencia que poseían acerca de que la «inmortalidad» se hallaba en el recuerdo de sus conciudadanos motiva esta práctica y la monumentalización de las tumbas.

Represenación ideal del área funeraria romana situada al otro lado del rio en Mérida (fuente: «Mérida». Yolanda Barroso Martínez y Francisco Morgado Portero)
El funeral consistía en el traslado del difunto hasta el sitio elegido y el propio acto de enterrarlo. Para el traslado se elegía una caja de madera abierta sobre una parihuela (feretrum), portada por los familiares mas próximos. En un principio, la costumbre mandaba que se realizase de noche, pero ya en el siglo I a. C. conocemos que la población lo hacía a plena luz del día. Los porteadores-familiares eran acompañados por un cortejo fúnebre: músicos y plañideras. En la ubicación elegida procedían a la humatio, que consistía en echar tierra sobre el cuerpo. Además se consagraba la tumba mediante el sacrificio de una cerda.

Cortejo funebre. (fuente: «Los columbarios: arquitectura y paisaje funerario de Augusta Emerita». Juana Márquez Pérez)
Los ritos post-entierro van encaminados a la purificación de la casa y familiares y la expresión pública del sentimiento por la muerte de un ser querido. Al tratarse de un fenómeno, la muerte, considerada funestae, se realizan unos actos purificadores, entre los que destaca el banquete que se realiza junto a la tumba y los sacrificios de una cerda para Ceres y de un cordero para el dios de la familia, el Lar. En cuanto a la expresión pública por la muerte de un ser querido, comenzaba al día siguiente del funeral, abriéndose un periodo de nueve días, novendialis, en el se desarrollaban fiestas privadas, sacrificios y juegos fúnebres. Todo ello estaba regulado por la legislación romana. En ella también se fijaba el periodo consagrado al luto según la relación con el difunto: diez meses para un ascendiente, marido o descendiente adulto y ocho meses para un familiar femenino. Para los casos infantiles el periodo va ligado al tiempo de vida del finado.
El recuerdo y culto a los muertos estará presente en la sociedad romana. Era normal la disposición de ofrendas, de todo tipo, junto a la tumba y estaban reguladas dos fiestas anuales dedicadas a los difuntos: las Parentalia o dies parentales, celebrada en los días que van desde el 13 al 21 de febrero y las Lemuria,a la que se consagraban los días 9, 11 y 13 de mayo.
Para el periodo del que nos estamos ocupando en esta entrada, los siglos I y II d. C. el rito fundamental que se seguía en los enterramientos es la incineración, por la que se pretendía la reducción a cenizas del cadáver. Las incineraciones tenían lugar bien en donde se iba a realizar la sepultura, bustum, o en un sitio habilitado para ello, el ustrinum. Tras el traslado se coloca sobre la pira, en la que a veces también se incluían los animales queridos del difunto, previamente sacrificados. Los asistentes arrojaban regalos como alimentos o perfumes. Concluida la incineración se vertía agua y vino sobre la pira. Tras la retirada de los asistentes, los familiares recogían en una tela blanca los huesos calcinados para su enterramiento o colocación en el nicho.

Pira funeraria (fuente: «Los Columbarios: arquitectura y paisaje funerario en Augusta Emerita». Juana Márquez Pérez)
Gracias a lo que conocemos de la colonia en la etapa alto imperial, hoy podemos conocer la ubicación de cada área funeraria. En la obra de Juana Márquez podemos apreciar esta dispersión en el plano que presenta.

Localización de las áreas funerarias conocidas de Augusta Emerita (fuente: «Los Columbarios: arquitectura y paisaje funerario en Augusta Emerita». Juana Márquez Pérez)
De los hitos señalados en la anterior fotografía queremos remarcar tres de ellos, integrados de diferente manera en el urbanismo actual de la ciudad y su territorio periurbano y siempre en relación con vías de comunicación romanas.
El primero de ellos es el monumento integrado en la Avda. de Portugal y que se emplaza junto a la calzada hoy conocida como Vía de la Plata, que hacía su entrada en la ciudad por el puente que salva el Guadiana:
El segundo ejemplo lo encontramos en la calle Sta Teresa Jornet, en donde hay dos monumentos funerarios, uno de ellos conserva la impronta de los sillares que lo compuso externamente. Se localiza junto a la calzada que transita en dirección Corduba:
El tercer ejemplo es el mas lejano y el mas sugerente. En la historiografía de la ciudad es conocido como «siete colchones» debido a la existencia de tongadas constructivas que pueden recordar al apilamiento de colchones. Está vinculado al tránsito de la vía que buscaba a la Córdoba romana:
En nuestras rutas de senderismo arqueológico ofrecemos la posibilidad de conocer mas ejemplos, tres en concreto, en este caso vinculados a la vía que unía a Augusta Emerita y Olissipo. El estado de conservación, al igual que los casos anteriores, es deficitario, hallándose en sus niveles de cimentación siendo fruto del proceso histórico. Así parte de su aparejo es posible apreciarlo en los edificios que los fueron sustituyendo. En concreto en los molinos harineros que hoy podemos observar en la orilla derecha del Guadiana.

Uno de los monumentos emplazados junto al río Guadiana.
Gracias por la atención. Nos vemos caminando!!!